Frente a la normalización del discurso de guerra, es urgente construir una cultura de la paz donde el enfoque de género y el liderazgo de las mujeres esté muy presente.

La violencia, las guerras, no son inevitables. Asistimos a la normalización del discurso de la guerra que se presenta como un elemento de la naturaleza, como algo inevitable, que escapa a la decisión humana. Nada más lejos de la realidad. Las guerras se construyen en la mente de los hombres. Se planean y ejecutan desde las decisiones de los hombres. Y ejercer la violencia es decisión de cada uno de nosotros o nosotras, de cada gobernante, de cada país, de cada Estado. El mayor problema de este discurso es que cuando los conflictos se presentan como inevitables, se crea una narrativa que justifica la violencia y deslegitima otras vías de resolución.

Las guerras sesgan la vida de multitud de personas, en gran medida, hombres, mayoritariamente jóvenes, que en la mayoría de las ocasiones son forzados y reclutados para combatir en el frente de batalla. Pero en los últimos años asistimos a un impacto desproporcionado de la matanza de mujeres y menores. Según datos de la ONU, en 2024 las muertes de civiles en conflictos aumentaron un 40%, concentrando Gaza el 80% de los fallecimientos infantiles y el 70% de las muertes de mujeres en conflictos en todo el mundo.

Hoy es más necesario que nunca trabajar en la construcción de la cultura de la paz, y me atrevería a decir una “paz feminista”, donde el enfoque de género y el liderazgo de las mujeres esté muy presente. Tenemos que movilizarnos para construir una paz que no consista solo en la ausencia de guerra o conflicto, sino en una paz donde estén presentes los valores de justicia, equidad e igualdad de oportunidades y respeto de los derechos humanos.

En un mundo que se está volviendo cada vez más violento, los efectos de las guerras y de los conflictos armados no afectan de igual manera a mujeres y hombres. Como sucede en tantos escenarios de la vida cotidiana, los conflictos bélicos también son situaciones donde tanto el papel de las mujeres como las consecuencias que sufren quedan invisibilizadas o en un segundo plano. Sin ir más lejos como ocurre en Afganistán o en Irán, donde se está cometiendo “apartheid de género”, una opresión sistemática e institucionalizada, que están sufriendo las mujeres de forma brutal, de manera silenciosa y silenciada, que no está teniendo condena de la comunidad internacional.

Según datos de la ONU, en 2023 se registraron más de 170 conflictos armados. Alrededor de 612 millones de mujeres y niñas vivían a menos de 50 kilómetros de esos conflictos, lo que representa un incremento considerable del 50 por ciento en el último decenio. 

Las mujeres raramente iniciamos los conflictos violentos, aunque nos vemos mayormente afectadas por las crisis humanitarias que desencadenan.

Los conflictos armados traen consigo la negación y la pérdida de la humanidad. Pero hasta las guerras tienen normas. La finalidad de estas normas es garantizar un nivel mínimo de humanidad en los conflictos armados. En pocas palabras, esas normas dicen: no ataquen a las personas civiles ni a los trabajadores y trabajadoras humanitarios; no violen, torturen ni ejecuten a personas; no ataquen hospitales ni escuelas; no usen armas ilegales; no discriminen a las personas que se hallan en su poder. Cuando se quebrantan las normas del derecho internacional humanitario, quienes sufren son las personas civiles, principalmente las mujeres y menores.

Pero asistimos al peligroso cuestionamiento de estas normas, del derecho internacional, del multilateralismo surgido tras la Segunda Guerra Mundial, por movimientos reaccionarios que ponen en duda el sistema de derechos que ha hecho posible el mantenimiento de la paz durante décadas en buena parte del mundo.

No es casualidad que, a medida que se debilitan los derechos de las mujeres y las niñas, crezca la violencia. Así, cuando los conflictos persisten, la igualdad de las mujeres y las niñas se ve socavada. Y es que el nivel de democracia y de paz de un país, de una región, es directamente proporcional a los niveles de igualdad entre mujeres y hombres de esa sociedad.

Cuando las mujeres participan en los procesos de paz, el acuerdo resultante es más duradero y se aplica mejor.

En breve se cumplirán 25 años de la Resolución 1325, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que significó uno de los logros del movimiento mundial de las mujeres. En la resolución se reconocen los efectos de los conflictos sobre las mujeres y las niñas, y se reafirma el importante papel que estas desempeñan para alcanzar la paz y la seguridad.

Y a pesar de ello las mujeres siguen sin poder participar de forma significativa en los procesos y en la construcción de la paz. Esto sucede a pesar de la abrumadora cantidad de pruebas que demuestran que la participación de mujeres en la consolidación de la paz y la mediación contribuye a lograr una paz duradera que va mucho más allá del alto el fuego.

La participación de mujeres en procesos de paz supone un incremento del 20 por ciento en la probabilidad de alcanzar un acuerdo que perdure, según estudios de ONU Mujeres.

Muestra de la poca participación de las mujeres es la propia UE, donde la máxima diplomática del bloque es una mujer, Kaja Kallas, Alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, pero tan sólo 5 de los 27 Estados miembros tienen ministras de Asuntos Exteriores y sólo 3, ministras de Defensa.

La perspectiva de género debe ser un elemento esencial en todos los procesos para la construcción y el mantenimiento de la paz y la seguridad internacional. Reconocer el derecho de las mujeres a la participación en igualdad de condiciones en la promoción y la construcción de la paz, es la única manera de lograr y consolidar una paz verdadera, duradera y sostenible. No es solamente una cuestión de derechos, sino de alcanzar resultados a largo plazo.

La paz se defiende con firmeza y sin vacilación, y eso es lo que hoy, próximos a celebrar el Día Internacional de la Paz, desde FeSMC UGT, les pedimos a quienes nos representan en las instituciones, firmeza para condenar, en primer lugar, el genocidio que Israel está cometiendo en Gaza y también para contribuir a abrir las vías necesarias para construir la paz en tantos países y regiones del mundo.

En el marco de la celebración del 25 aniversario de la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y el 30 aniversario de la Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing, desde FeSMC-UGT queremos reforzar nuestro compromiso para participar activamente en revitalizar la Agenda Mujeres, Paz y Seguridad de Naciones Unidas, buscando una convivencia pacífica más sostenible e inclusiva en todo el mundo, incorporando la paz como una prioridad dentro de la agenda feminista del sindicato y aportando una perspectiva sindical y de género a la agenda de la paz, tratando de ayudar a superar las actuales contradicciones de un orden internacional con un sistema multilateral debilitado por un contexto geopolítico polarizado donde han irrumpido con fuerza movimientos reaccionarios de extrema derecha que atentan contra las políticas de igualdad de género y diversidad, abogando por una gobernanza global que afronte los retos y desafíos que suponen el auge del militarismo, la polarización, la ideología anti género de los movimientos ultras, entre otros, desde una visión feminista, sindical e inclusiva, que proteja a la clase trabajadora, fundamentalmente a las mujeres, de los conflictos armados.