Iniciamos un nuevo curso sindical con una hoja de ruta clara que pasa por reforzar la negociación colectiva para mejorar salarios y condiciones, consolidar la afiliación y la representación en los sectores donde crecemos, impulsar la incorporación de jóvenes y mujeres a las estructuras de FeSMC-UGT, y seguir defendiendo con firmeza la regulación en determinados ámbitos del sector servicios: jubilación anticipada, jornada, plataformas digitales o contratación pública.
Son objetivos que no se conquistan con discursos grandilocuentes, sino con la constancia diaria que caracteriza el sindicalismo que practicamos en FeSMC-UGT. Pero hay un asunto que trasciende lo estrictamente sindical y laboral –que siempre ha sido en núcleo de nuestra acción como federación estatal que somos– y merece nuestra atención y la del conjunto del movimiento sindical.
Una amenaza real
En estas últimas semanas estivales se han publicado distintos sondeos electorales. Resulta preocupante que la ultraderecha, representada por Vox en nuestro país, esté creciendo en las encuestas, y su ascenso se concentre precisamente entre jóvenes y personas trabajadoras. Es una paradoja dolorosa que una parte de aquellos que más derechos, protección y cohesión social necesitan se estén dejando seducir por un discurso que, en la práctica, traerá recorte de derechos, fractura social e involución.
Sin política no hay democracia. Sin los partidos progresistas no existirían ni el Estado del bienestar ni los derechos laborales que hoy defendemos, pero, en este momento, están viéndose limitados en su capacidad para frenar a la ultraderecha, según refleja la demoscopia y el clima de opinión.
Sin política no hay democracia. Sin los partidos progresistas no existirían ni el Estado del bienestar ni los derechos laborales que hoy defendemos
Las razones son múltiples: el desgaste de la política institucional, la polarización permanente en medios y redes sociales, y una narrativa pública que a menudo queda atrapada en el enfrentamiento ideológico que sepulta entre el ruido mediático las valientes políticas sociales del Gobierno de la nación.
Un análisis sociológico frío diría que el ascenso de Vox entre sectores de la clase trabajadora no es un fenómeno irracional sino que responde a transformaciones estructurales, desencanto político, y a una batalla cultural donde la izquierda ha perdido terreno. Vox capitaliza el resentimiento hacia las élites políticas y económicas, proyectándose como una alternativa «anti-sistema» a pesar de su agenda ultraconservadora en lo económico y lo social.
Sin embargo, en el ámbito sindical las cosas no están siendo así. La ultraderecha no logra penetrar. La confianza en el sindicalismo de clase y democrático no se ha erosionado; al contrario, ha crecido.
Datos recientes de afiliación y representación sindical
FeSMC-UGT ha sumado en los últimos cuatro años más de 15.000 nuevos delegados y delegadas, y más de 16.000 nuevas afiliaciones, lo que demuestra un crecimiento sostenido y una mayor implantación en actividades clave del sector servicios.
A nivel confederal, UGT cuenta con 983.521 afiliados y afiliadas (a marzo de 2024), y entre 2019 y 2023 alcanzó 92.627 representantes sindicales certificados de un total de 287.713 posibles.
Estos datos no son anecdóticos. Mientras Vox crece en las encuestas, en el terreno sindical organizaciones pseudosindicales vinculadas a la ultraderecha son residuales, sin representación real ni capacidad de negociación.
El movimiento sindical frente a la ultraderecha
La respuesta está en la naturaleza misma de nuestra acción. Un buen convenio firmado, un salario actualizado o una reducción de jornada en un sector pesan más que cualquier eslogan ideológico que busque criminalizar al inmigrante o estigmatizar al feminismo, por ejemplo.
Además, hay que añadir la presencia cotidiana de nuestros delegados y delegadas en los centros de trabajo, al lado de los trabajadores y las trabajadoras, atendiendo sus problemas reales. Y no en las redes sociales o los medios ideológicamente afines haciendo populismo ultra.
Un buen convenio firmado, un salario actualizado o una reducción de jornada en un sector pesan más que cualquier eslogan ideológico que busque criminalizar al inmigrante o estigmatizar al feminismo
Los sindicatos aportamos respuestas materiales palpables, no simbólicas. Mientras que la ultraderecha prospera en el terreno de la división identitaria, el sindicalismo responde con soluciones concretas a necesidades concretas.
Por otra parte, existe un sentimiento de clase. Es decir, la acción colectiva en el trabajo y los problemas compartidos en este ámbito unen más que las diferencias políticas. Esa unidad desactiva el discurso del odio.
En todo caso, no se trata de contraponer política y sindicalismo. La democracia necesita ambas dimensiones para frenar el avance de la ultraderecha más allá del mundo del trabajo. Pero algo pasa en el panorama político para que todo lo bueno que ha hecho este Gobierno en lo social y lo económico no esté trascendiendo el discurso destructivo, faltón e inmoral de las derechas.
El reto para este curso sindical 2024/2025 no es solo mejorar convenios o crecer en delegados —que lo haremos—, sino consolidar esta muralla de dignidad frente a quienes quieren recortar derechos y dividir a la sociedad. Y las organizaciones sindicales debemos complementar nuestra acción resolutiva en lo laboral y lo social con un discurso realista, argumentado y directo sobre los riesgos que para los trabajadores, las trabajadoras y las personas jóvenes de este país supone el acceso de los ultras a las instituciones españolas.