El sistema capitalista y el pensamiento neoliberal tienen una esencia primigenia, la avaricia, que dota de sentido a su objetivo natural. El capitalismo, el libre mercado y las teorías económicas, políticas y sociales que lo sustentan existen como causas necesarias para el enriquecimiento ilimitado de una parte de la sociedad generalmente minoritaria, las élites.
Los hay que se empeñan en hablar de un capitalismo amable, con cierto componente de justicia social y bla, bla, bla; pero lo cierto es que cualquier intento de suavizar el sistema en este sentido es puro marketing, es otra trampa conceptual, un nuevo trampantojo para presentarnos un huevo podrido como un bocado exquisito del arte culinario de vanguardia.
Hago esta reflexión porque tras escuchar el discurso del filósofo germano-coreano Byung Chul-Han en la recepción del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, el pasado fin de semana, me parece oportuno recordarlo, especialmente aquí, en un contexto sindical y propio del mundo del trabajo.
Cualquier intento de suavizar el sistema capitalista es puro marketing, es otra trampa conceptual, un nuevo trampantojo para presentarnos un huevo podrido como un bocado exquisito del arte culinario de vanguardia.
Por este motivo, animo a los compañeros y compañeras de UGT –y a cualquier persona cuya intuición y visión periférica le permita ver cómo nos la están colando, llevan años haciéndolo– a que se familiaricen, a través de la lectura de sus obras, con las tesis de este intelectual, muy de moda ahora, pero que lleva casi quince años alertando de lo que se nos viene encima, cuando publicó, casi simultáneamente, “La sociedad del cansancio” y “La sociedad de la transparencia”, los dos pilares de su cosmovisión.
Capitalismo a martillazos
Y lo que se nos viene encima es la definitiva implantación del sistema capitalista en su versión más extrema, hoy perfectamente ejemplificada en las políticas económicas del presidente de EEUU, Donald Trump, un ultraliberal de manual; o del presidente de Argentina, Javier Milei, máximo exponente del llamado anarcocapitalismo, una especie de aberración monstruosa del capitalismo que ya no busca orillar al Estado –paradigma de “lo público”– de toda actividad económica, sino destruirlo.
El «anarcocapitalismo», una especie de aberración monstruosa del capitalismo que ya no busca orillar al Estado –paradigma de “lo público”– de toda actividad económica, sino destruirlo.
La casuística es variada. Por ejemplo, si atendemos a la actualidad que nos incumbe como organización sindical, estamos comprobando que el capitalismo nunca permitirá que las posibilidades de la inteligencia artificial se traduzcan en más tiempo libre o en una auténtica reducción de la jornada laboral. Trabajar menos para vivir mejor y producir igual (o más) es algo que cortocircuita cualquier mente neoliberal.
Autoexplotación
Por tanto, toda ganancia de eficiencia será absorbida por el propio sistema para intensificar la producción, expandir las tareas y multiplicar los beneficios. La IA, en lugar de liberar al ser humano del trabajo, corre el riesgo de convertirlo en un trabajador aún más flexible, disponible y vigilado: alguien que, mientras cree optimizar su tiempo y aumentar su autonomía, en realidad se autoexplota –en terminología de Han– con mayor sofisticación. Así, la posibilidad de ocio y descanso que encierra la automatización se disuelve en el imperativo capitalista de rendimiento perpetuo. “El sujeto de rendimiento se cree libre, pero en realidad es un esclavo absoluto: se explota a sí mismo, creyendo que se está realizando”, escribe el filósofo en “La sociedad del cansancio”.
Estamos comprobando que el capitalismo nunca permitirá que las posibilidades de la inteligencia artificial se traduzcan en más tiempo libre o en una auténtica reducción de la jornada laboral.
Igualmente estamos comprobando cómo el rechazo visceral del empresariado español al teletrabajo —su insistencia en mantener el presentismo como sinónimo de productividad— revela, siguiendo el razonamiento de Byung Chul-Han, la incapacidad del sistema capitalista para tolerar cualquier forma de libertad efectiva. El teletrabajo, en principio, ofrecía una posibilidad de autonomía; sin embargo, el capitalismo necesita cuerpos visibles, tiempo cuantificable y vigilancia constante para sostener su lógica de rendimiento.
Falsa sensación de libertad
Por eso, incluso cuando la tecnología permitiría una organización más humana y flexible, el sistema la reabsorbe bajo el viejo modelo “disciplinario”: la presencia física como forma de control simbólico y productivo; los centros de trabajo al estilo de muchas multinacionales anglosajonas, con espacios de expansión y entretenimiento, con futbolines, mesas de pingpong y grandes puffs coloridos para que trabajador y trabajadora se sientan como en casa, y alarguen la jornada laboral “hasta el infinito y más allá”, que decía Buzz Lightyear (un muñeco de Disney que quiso liberarse). En palabras de Han, “el poder se perfecciona cuando la libertad se convierte en su instrumento”. Pero ojo, si hay que teletrabajar que sea una forma de intensificar la autoexplotación (una vez más) y extender el trabajo a la vida privada, nunca para tener más tiempo y espacio personal o de ocio.
El teletrabajo ofrecía una posibilidad de autonomía; sin embargo, el capitalismo necesita cuerpos visibles, tiempo cuantificable y vigilancia constante para sostener su lógica de rendimiento.
Podríamos alargar este artículo con multitud de ejemplos de lo que está pasando en el ámbito laboral, económico, social y político, de forma interrelacionada, nunca aislada. Porque el capitalismo que se ha fortalecido, que busca ser hegemónico, que se está despojando de disfraces, complejos y tabúes cuenta hoy con el más favorable contexto para dar el golpe de gracia a lo que conocemos como Estado de bienestar, representado por Europa y la socialdemocracia. La idea de “deconstrucción” del modelo social que impera en la Unión Europea ha sido una de las estrategias del capitalismo a largo plazo; y claro, se ve que a sus ejecutores se les está haciendo arduo y excesivamente dilatado en el tiempo. La avaricia se basa en la ansiedad, y es por eso que no hay tiempo para deconstruir: hay que arrasar. Y hay que hacerlo ya.




