El teórico de la literatura Christian Salmon, en su libro “Storytelling: la máquina de fabricar historias y formatear las mentes” (Ed. Península, 2008), transcribió el testimonio de una trabajadora del sector comercio publicado en 1898 en el periódico francés La Fronde –uno de los primeros rotativos feministas de la historia– que decía así:

“Nuestra cruz es esta: tenemos que aceptar salarios que no bastan para sobrevivir y callarnos; tenemos que soportar estar de pie, algo insoportable al cabo de unas horas, y callarnos; en verano, tenemos que padecer el exceso de calor, en invierno el exceso de frío, y callarnos; tras una jornada insoportable, tenemos que quedarnos cuándo y cómo lo quieran nuestros patronos, y callarnos; tenemos que soportar los comentarios inconvenientes de los transeúntes, las propuestas brutales de nuestros responsables, y callarnos; estando enfermas, tenemos que fingir un rostro amable, y callarnos, si no queremos que nos despidan”.

Llevamos años en los que la violenta dialéctica de los “ultras” ha sumido en el silencio a cientos de miles de personas que están afiliadas a un sindicato, o que comparten los objetivos de éstos

Donde hay Sindicato, hay más y mejores derechos

Entre el anterior testimonio y el que pueda ofrecer una trabajadora o trabajador del comercio en la actualidad hay diferencias, algunas objetivas y otras más subjetivas. Habrá quien piense que las cosas tampoco han cambiado tanto, y quienes consideren que el cambio es, afortunadamente, considerable (aunque aún puedan quedar cuestiones por mejorar). En ese caso, es seguro que quien piense que las cosas no son tan distintas será una profesional víctima de un sistema que no reconoce, o boicotea –quizás, incluso, prohíbe– el papel de los sindicatos en la sociedad. Quien reconozca un cambio sustancial y en positivo es porque vive en una sociedad que reconoce y protege el papel de las organizaciones sindicales. Esa trabajadora, además, no tiene por qué quedarse callada ni debe temer el despido por exponerse en su protesta, porque será el Sindicato quien dé la cara por ella y el resto de sus compañeros y compañeras, quien luche por mejorar las condiciones de trabajo de todos ellos. En definitiva, como suele decir Pepe Álvarez, Secretario General de UGT, “donde hay Sindicato, hay más y mejores derechos”.

Relato real versus relato inventado

El libro del que extracté este testimonio habla del “storytelling”, lo que los expertos en comunicación, sociología y marketing político llaman “narrativa” o “relato”, que son historias –reales o ficcionadas–, que permiten al emisor de un mensaje captar de manera más eficaz la atención de los receptores. Es decir, persuadirles, convencerles. El testimonio de la trabajadora que hemos leído resulta más convincente para entender el papel de los sindicatos que el sesudo análisis de un Catedrático de Historia Comparada que defina el origen del movimiento sindical en el siglo XIX. El primero apela a las emociones, el segundo a la sesera.

La historia del movimiento sindical, en general, y de la Unión General de Trabajadoras y Trabajadores, en particular, está llena de verdad y de honestidad.

¿Qué quiero decir con esto? Que la manera de contar las cosas importa –y mucho–, pero importa más que esas historias sean reales, verídicas, honestas. Y la historia del movimiento sindical, en general, y de la Unión General de Trabajadoras y Trabajadores, en particular, está llena de verdad y de honestidad.

Hace unas semanas leía en algunos medios conservadores artículos de opinión y editoriales que buscan dañar la reputación de las dos principales organizaciones sindicales de este país, a propósito de las movilizaciones que convocaron UGT y CCOO por el boicot a la “ley ómnibus” perpetrado por las derechas y la banda de Junts.

Los articulistas manejaban argumentos tan sobados, razonamientos tan intelectualmente pobres y chascarrillos tan manidos que la sensación final que dejaba en el lector era de cierto hastío y patetismo, no solo respecto a los firmantes sino a los periódicos cuyos editores toleran niveles de calidad tan ínfimos.

Material caducado

Lo cierto es que el relato –la narrativa– de cierta derecha liberal respecto a las organizaciones sindicales –coincidente es este caso con la ultraderecha y los anarcocapitalistas– ya no da más de sí. Lo de los “comegambas”, las subvenciones, los “liberaos”, y otros recursos de ese estilo hace tiempo que apestan a material caducado, y ya solo se lo compran los extremistas patológicos. Pero este hecho se suma a otra realidad coincidente en el tiempo: los sindicatos están, hoy, en un momento de gran fortaleza. Lo revelan los datos, pero también lo certifica su “relato”.

Lo de los “comegambas”, las subvenciones, los “liberaos”, y otros recursos de ese estilo hace tiempo que apestan a material caducado, y ya solo se lo compran los extremistas patológicos.

En el libro “La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social” (Paidós, 1995), la socióloga Elisabeth Noelle-Neuman acuñó el concepto “espiral del silencio” a propósito de la habitual polarización de dos corrientes de opinión respecto a un acontecimiento concreto, o un líder político, o una organización, explicándolo de la siguiente manera: “Las observaciones realizadas en unos contextos se extendieron a otros e incitaron a la gente a proclamar sus opiniones o a `tragárselas’ y mantenerse en silencio hasta que, en un proceso de espiral, un punto de vista llegó a dominar la escena pública y el otro desapareció de la conciencia pública al enmudecer sus partidarios. Esta inhibición hizo que la opinión que recibía apoyo explícito pareciera más fuerte de lo que realmente era, y la otra opinión más débil”.

A favor de los sindicatos: la mayoría silenciosa

Llevamos años en los que la violenta dialéctica de los “ultras” ha sumido en el silencio a cientos de miles de personas que están afiliadas a un sindicato, o que comparten los objetivos de éstos, o que, desde su silencio, agradecen el trabajo de los delegados y delegadas sindicales en sus empresas. Son la mayoría silenciosa. Son dos millones de afiliados con cuyas cuotas –que suponen entre el 85% y el 90% de la financiación de las dos principales centrales sindicales de este país– se costean los recursos necesarios para mejorar los salarios en convenio de más de 10 millones de trabajadores en España durante estos años de inflación y altos tipos de interés.

Fortaleza sindical hoy

En tiempos de incertidumbre, la ciudadanía necesita organizaciones que proporcionen certidumbre, seguridad, soluciones inmediatas ante imprevistos repentinos. Y como una amplia mayoría de ciudadanos y ciudadanas son personas trabajadoras, resulta que desde hace cinco años, tras la pandemia por Covid-19, se produjo un impulso en la afiliación sindical que se ha incrementado, especialmente en los últimos dos años, a causa de la crisis inflacionaria que disparó los precios y los tipos de interés, poniendo en jaque las economías domésticas. Pero, mira tú por dónde, ahí estaban los sindicatos, dando respuesta a las necesidades de los trabajadores y las trabajadoras. Una vez más.

Estamos en un momento clave para que la verdad de nuestro “relato” trascienda la mentira del relato “alternativo” de nuestros adversarios

Los relatos verdaderos permanecen, los inventados terminan decayendo. Nuestra capacidad para hacer llegar el mensaje sindical a nuestros grupos de interés ha mejorado notablemente, en gran medida gracias a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que nos han hecho menos dependientes de los medios tradicionales. Estamos en un momento clave para que la verdad de nuestro “relato” trascienda la mentira del relato “alternativo” de nuestros adversarios, que lograron “colocarlo” durante años simplemente por su virulencia expresiva –no porque fuera cierto; no lo es– y que, en estos momentos, se muestra claramente debilitado y superado por acontecimientos inapelables: mejores salarios, mejores convenios, mejores condiciones de trabajo, mejores servicios al afiliado, mejor cobertura legal, mejores acuerdos, más delegadas, más afiliados, más representatividad. Más Sindicato.

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