En los últimos tres años –coincidiendo con la crisis inflacionaria que ha vivido Europa– pero especialmente en los últimos meses, leo en la prensa económica innumerables informaciones sobre el interés decidido de la banca española por captar un perfil de clientes: los ultra-ricos. Las grandes entidades financieras españolas, mientras cierran sucursales, ejecutan despidos masivos de forma periódica y encarecen servicios básicos para el cliente medio, refuerzan como nunca su apuesta por la llamada “banca privada”. Es decir, por atender, mimar y multiplicar las riquezas de quienes más tienen.

Algunas entidades han reconocido estos días –y así lo han publicado las principales cabeceras económicas– que su negocio con grandes patrimonios podría llegar a ser, a medio y largo plazo, su principal vía de ingresos. En otras palabras, los bancos ya no ocultan que su prioridad no es la ciudadanía trabajadora, ni las pymes, ni la economía productiva. Su interés está puesto en la gestión de las grandes fortunas, desde los millonarios de cuna hasta los nuevos ricos de capital especulativo.

Una banca para pocos, pagada por muchos

La banca privada se ha convertido en el nuevo grial del sistema financiero español. Comisiones altísimas justificadas por «servicios exclusivos», ingeniería fiscal a medida, productos complejos y asesoramiento que bordea la zona gris de la legalidad. Esa es la carta de presentación del sector hoy por hoy. Mientras tanto, el cliente medio —ese trabajador que sigue domiciliando su nómina y pagando religiosamente sus cuotas hipotecarias— recibe comisiones por respirar, intereses ridículos por sus ahorros y condiciones cada vez más leoninas.

Según datos del propio sector, los ingresos por banca privada crecen a ritmos de dos dígitos anuales. Y no es casual que con una concentración cada vez mayor del capital en manos de unos pocos, las entidades financieras se adaptan a lo que consideran el «nuevo mercado»; esa es su excusa. No se trata de bancos que trabajan para fortalecer el sistema económico. Son estructuras financieras que se organizan para proteger, engordar y multiplicar la riqueza de los que ya están en lo más alto.

Esta orientación elitista de la banca ocurre en paralelo a una precarización galopante del empleo en el sector financiero

Lo más grave es que esta orientación elitista de la banca ocurre en paralelo a una precarización galopante del empleo en el sector financiero. Los trabajadores y trabajadoras del sector financiero español sufren una presión brutal por objetivos imposibles, en un entorno laboral cada vez más deshumanizado. Se destruyen miles de empleos al tiempo que se externalizan tareas y se cierran oficinas en barrios obreros y en la España rural, dejando a decenas de miles de personas sin atención presencial.

Presión laboral irracional y salud mental

Pero la fractura no afecta solo a los clientes. La otra cara —la más silenciada— es el daño directo que este modelo inflige sobre los propios profesionales del sector financiero. La banca, en su carrera por maximizar beneficios, está machacando psicológicamente a su plantilla. La carga de trabajo es inasumible, los objetivos comerciales se fijan desde la irrealidad, convertidos en amenazas constantes y una monitorización casi diaria del cumplimiento de los mismos. Y la presión para vender productos complejos o colocar servicios innecesarios al cliente medio sigue siendo habitual, a pesar del escándalo que supuso esta política comercial en la Gran Recesión de 2008.

La situación está generando un incremento alarmante de los riesgos psicosociales: ansiedad, burnout, estrés crónico… La salud laboral está siendo arrollada por una lógica empresarial que ve a los empleados como engranajes fácilmente reemplazables. Los bancos hablan mucho de digitalización y eficiencia, pero la realidad es que detrás de cada “reestructuración” hay una plantilla exprimida hasta el límite.

Los objetivos comerciales se fijan desde la irrealidad, convertidos en amenazas constantes y una monitorización diaria de su cumplimiento

El sector financiero presenta uno de los índices más altos de desgaste psicológico laboral (82,5 %), los menores de 30 tienen un riesgo casi del 50 %, y más del 77 % han contemplado dejar su puesto debido al agotamiento, según varios estudios publicados en medios.

Desde UGT lo hemos denunciado reiteradamente: el sector financiero español se está convirtiendo en el paradigma de cómo disparar los riesgos psicosociales entre las personas trabajadoras. Una banca que revienta a sus empleados no puede tener legitimidad social, es un modelo fallido que requiere intervención urgente desde las instituciones.

Una brecha que se convierte en abismo

Lo que estamos viendo no es solo una deriva empresarial, es una fractura social. La brecha entre los ultra-ricos y las personas trabajadoras no es una consecuencia inevitable del crecimiento económico, sino el resultado de decisiones políticas y empresariales muy meditadas. Y la banca es uno de los grandes aceleradores de esa desigualdad.

Mientras el salario medio en España apenas roza los 1.600 euros netos y millones de trabajadores y trabajadoras tiene dificultades para llegar a fin de mes, los clientes de banca privada gestionan patrimonios que se cuentan en millones de euros. No son «ciudadanos de a pie», no están sujetos a los vaivenes del mercado laboral, no conocen la incertidumbre del alquiler o el coste de llenar la cesta de la compra. Para ellos, el banco ofrece un mundo paralelo, blindado, sofisticado y profundamente injusto.

Según Intermón Oxfam, con datos del año 2024, «el 10% más rico de la población española posee más de la mitad de la riqueza del país»

Esta desconexión entre la banca y la sociedad no es solo un problema ético, es una bomba de relojería social. Según Intermón Oxfam, con datos del año 2024, «el 10% más rico de la población española posee más de la mitad de la riqueza del país». Si el Estado permite que se incentive la acumulación obscena de riqueza en lugar de redistribuirla, lo que se erosiona es la base misma del contrato social.

Un sistema financiero al servicio de la mayoría

Desde UGT, insistimos en la necesidad de una banca pública robusta, transparente, que priorice la financiación de la economía real y no el enriquecimiento de una minoría. Y necesitamos una regulación más firme (sí, ya sabemos lo que dirán los y las CEO de los bancos: que son un sector hiperregulado y bla, bla, bla…) que obligue a las entidades privadas a cumplir con su función social, garantizando el acceso universal a servicios financieros básicos.

Una sociedad decente no puede tolerar que los bancos se conviertan en guardianes del privilegio. Necesitamos entidades que trabajen para la ciudadanía, que acompañen a los trabajadores y autónomos en sus proyectos de vida, que sean parte de la solución. Eso se puede lograr con una banca pública, algo que este Sindicato lleva reivindicando desde el año 2008, cuando una brutal crisis económica destapó las vergüenzas de la banca en connivencia con las empresas inmobiliarias, constructoras y una administración pública local complaciente y corrupta. Pero esta, queridos lectores, es otra historia.

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