Desde hace meses, distintas voces expertas y altos representantes de instituciones económicas internacionales, como el Banco Central Europeo o la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), hablan de “inflación persistente” en el sector Servicios, concretamente en actividades como hostelería, paquetes turísticos (agencias de viaje), hoteles y alojamientos, además de servicios recreativos y de ocio.
La OCDE fue diáfana en este sentido; en diciembre de 2024, hace menos de dos meses, afirmaba en su cuenta oficial de “X” que “la inflación general bajó en la mayoría de los países de la OCDE en 2024 por menores precios de alimentos, energía y bienes. Sin embargo, la inflación en servicios sigue siendo persistente”.
Resulta irritantemente paradójico que allí donde los precios siguen alzándose por encima de la media, o más allá de lo razonable según las leyes del mercado, teniendo en cuenta no sólo la relación causa-efecto entre oferta y demanda sino el ritmo de incremento de precios de otras actividades –también del sector servicios o de otros sectores– sean los que presentan mayor precariedad salarial y unas condiciones de trabajo claramente mejorables.
Más empleos, más precarios
En los últimos cuatro años, uno de nuestros frentes de batalla en la Federación Estatal de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT ha sido mejorar, mediante la negociación, la presión y la movilización, la situación de cientos de miles de profesionales, especialmente de los sectores antes mencionados, entre otros. Y hemos intentado hacer ver a los representantes de las empresas de esos sectores que no es asumible un incremento continuo de beneficios –a veces con políticas de precios éticamente discutibles, como se puede deducir atendiendo a los datos y a los análisis de las fuentes anteriormente mencionadas en un contexto de crisis inflacionaria– que no se traducen en una mejora palpable de la calidad salarial y laboral de las personas trabajadoras en estos sectores de actividad.
El Estado debe ser un agente económico activo y no un mero espectador pasivo en el papel de regulador y legislador.
Para corregir lo anterior y optimizar, además, la productividad en estas actividades en base a mejores salarios, lo que redundaría en una mejora de la calidad del empleo respecto a la cantidad –se crean muchos empleos pero precarios–, el Estado debe ser un agente activo y no un mero espectador pasivo en el papel de regulador y legislador.
Y no se trata de intervenir en precios ni nada por el estilo –que no se asusten los adoradores del libre mercado– sino de redefinir estos sectores y orientarlos hacia un modelo sostenible que reparta beneficios y, además, reinvierta una parte en modernizar el sector y hacerlo compatible con opciones de ocio y turismo más amables con el entorno medioambiental y social.
Colaboración público-privada
Una de estas vías es reforzando el papel del Estado en estas actividades, pasando éste a ser un agente activo que participe a través de la colaboración público-privada, como ya sucede en otras actividades industriales y tecnológicas.
No podemos seguir aplaudiendo un modelo que está generando una brecha insostenible entre el beneficio de las empresas y la remuneración de sus profesionales.
En este sentido, el Estado –representante del interés público, del interés general– debe ser faro para un cambio de paradigma, promoviendo iniciativas empresariales conjuntamente con el sector privado que se sostengan sobre premisas que han demostrado una clara mejora de la productividad y de los resultados económicos en el largo plazo, a través de empleos de calidad, salarios dignos y políticas de innovación tecnológica.
No podemos seguir aplaudiendo un modelo sostenido sobre tres pilares, hostelería, turismo y ocio, que muchos ven como la gallina de los huevos de oro y que está generando una brecha insostenible entre el beneficio de las empresas y la remuneración de sus profesionales, abocados a sufrir una situación de pobreza salarial que les lleva a abandonar el sector, incrementando sus noveles de rotación y generando un desfase entre la oferta de empleo y la demanda real, algo de lo que se quejan los propios empresarios, sorprendidos ante la falta de profesionales en un sector cuya sala de máquinas empieza a dar síntomas de sobrecalentamiento a causa de las fallas de un modelo productivo ya caduco y socialmente injusto.