La precariedad laboral es una realidad cada vez más habitual en el mercado de trabajo actual, y su impacto va mucho más allá de lo económico. Aunque las consecuencias financieras de los trabajos precarios, como los bajos salarios y la inestabilidad, son claras, lo que a menudo no se percibe es el daño psicológico y emocional que estos trabajos generan en los trabajadores y las trabajadoras.
La inseguridad laboral, resultado de contratos parciales, jornadas excesivas y falta de estabilidad, afecta directamente la salud mental de los empleados y las empleadas. De acuerdo con un informe realizado por la Universitat Pompeu Fabra, (publicado por Europapress, en 2024) un 33% de los casos de depresión en la población activa española pueden ser atribuidos a la precariedad laboral. Este dato refleja una verdad preocupante: la inestabilidad no solo impacta en el bolsillo, sino que irrumpe en la mente de quienes viven con la constante incertidumbre de no saber si tendrán trabajo al día siguiente.
Los sectores más expuestos a la precariedad son aquellos que dependen de contratos con jornadas parciales o mal remunerados. Trabajadores y trabajadoras en estos sectores, sometidos a altos niveles de presión y carga emocional, enfrentan un riesgo alto de padecer fatiga y estrés crónico. “Las mujeres, especialmente aquellas entre los 36 y 45 años, son las más afectadas, ya que deben equilibrar las exigencias laborales con las responsabilidades domésticas y familiares, lo que genera un desgaste mental significativo” (Las bajas laborales por salud mental no dejan de crecer y la mayoría se dan en un contexto de precariedad. El País, 2025).
Lo que a menudo se olvida es que la precariedad laboral no solo está relacionada con factores económicos, sino también a la salud mental de los y las profesionales. Los ambientes laborales precarios, donde reina la inseguridad y la falta de apoyo, no solo contribuyen al estrés, sino que también crean un ciclo de tensión que afecta a su capacidad para rendir en su trabajo y disfrutar de una vida personal equilibrada.
Además de estas situaciones, nos encontramos cada vez con mayor frecuencia, que, si bien los convenios colectivos limitan la jornada laboral, no limitan la intensidad laboral, y esto afecta de una manera grave a la salud laboral. En muchos sectores se combina esta circunstancia con la precariedad laboral, pero incluso en otros (con mejores condiciones laborales), no son ajenos a esta misma circunstancia, al encontrarnos que se les asignan objetivos inalcanzables, con una continua monitorización de sus actividades, que lleva a encontrarnos con personas trabajadoras de poco mas de 30 años se encuentran “quemados laboralmente” y se plantean abandonar la actividad.
Es fundamental que las políticas laborales no se enfoquen únicamente en mejorar los salarios o la cantidad de contratos disponibles. Es imprescindible garantizar condiciones de trabajo que protejan la salud mental, creando espacios donde puedan sentirse seguros/as, apoyados/as y valorados/as. La precariedad laboral no es solo una cuestión de dinero; es una cuestión de dignidad y salud emocional.
Si no se toman medidas para abordar este problema, la precariedad laboral continuará siendo un obstáculo para el bienestar de miles de personas. Es imprescindible un cambio en la manera en que entendemos el trabajo y su impacto en la salud mental de quienes lo realizan.