Los males que hemos descrito para Europa en la primera parte de este comunicado son perfectamente aplicables a nuestro país. Incluso en algunos casos, se amplifican por la elevadísima competitividad que soporta nuestro mercado local.
El maltrato regulatorio a Telefónica no es nada nuevo ni casual. Proviene de una regulación obsoleta, ineficaz y asimétrica, que aún considera a nuestra empresa como un operador incumbente – y por tanto, un monopolio de facto-, donde el cobre – el mismo que desaparecerá en meses- es la tecnología dominante y donde Internet y la telefonía móvil eran tecnologías incipientes. Sí, una regulación de mediados de los años 90 del siglo pasado, que acumula un parche sobre otro y que pide a gritos una revisión integral.
Los resultados de la dejadez de reguladores y legisladores podemos resumirlos en los siguientes hechos:
- Una obsesión inaudita por los precios, se lleve lo que se lleve por delante. Este afán por la (ultra) competitividad se perpetúa con la intencionalidad de fragmentar el mercado hasta límites insospechados. Por un lado, la ya citada tendencia a favorecer el parasitismo de las OMV (que se cuentan por cientos sólo en España), y por otra, la insistencia en crear cuatro operadores, aunque sea artificiosamente, lo que genera una especulación insólita. Jazztel, ONO, MásMóvil, quizás Digi o Avatel, son marcas que han sido o serán encumbradas al estatus de “cuarto operador”, para inmediatamente entrar en un proceso de fusión que devendrá en la creación – de nuevo artificial- de otro nuevo operador entrante. Un sinsentido que el mercado no demanda ni necesita, pero que contribuye a la depauperación constante de los operadores que invierten, crean empleo y riqueza, con una fortísima afectación bursátil y todo lo que ello conlleva.
- La especulación no solo ha tenido repercusiones en la fragmentación sectorial, sino también en la de los activos y las infraestructuras. Hace solo unos meses, las empresas de infraestructuras neutras, como Cellnex y similares, eran las “preferidas” de los mercados, sin que nadie frenase la burbuja ni pusiese cordura al valor de unos activos vacíos de clientes. Hoy, alguna de ellas vale la mitad que hace un par de años, lo que ha contribuido a construir la idea de un sector poco fiable, débil o decadente.
- Tal concatenación conforma un escenario entre nuestros competidores nunca visto ni previsto hace solo unos pocos años: o Vodafone, en su momento la principal competidora de Telefónica sufre una suerte de subasta –a la baja- para ser adquirida por una suerte de fondos buitre. Cinco Expedientes de Regulación de Empleo y rumores constantes de más reestructuraciones han sido el resultado de una regulación que no consentía una sana competencia en infraestructuras e innovación.
- La fusión de Orange y MásMóvil, aunque obstaculizada por Bruselas para que nuevo cuarto operador artificial entre en liza, devendrá en el mayor operador de telecomunicaciones en España por número de clientes y cuotas de mercado (42% en banda ancha fija; 40% en banda ancha móvil; 43% en telefonía móvil vocal, del orden de 10 puntos porcentuales más que Telefónica en cada segmento). Aunque Telefónica siga manteniendo el trono en ingresos, ser el primer operador de telecomunicaciones en España pasará de ser un hecho a una cuestión opinable.
- Esta convulsión, más la debilidad bursátil consecuente, ha devenido en un cambio radical de la configuración accionarial de Telefónica: entre los cinco principales accionistas encontramos a dos fondos de inversión americanos y una operadora origen saudí, que además se ha convertido en el mayor accionista de Telefónica, lo que crea una paradoja inconcebible: Telefónica, una empresa que era 100% pública y en la que el Estado español renunció a participar, pasa a tener como mayor accionista una operadora controlada por otro Estado (una teocracia, para más señas). Y menos mal que existen normas de blindaje ante operaciones extranjeras, que muchos quisieron vilipendiar y que ahora se perciben como un salvavidas incuestionable. Lo que acabamos de describir no es un momento puntual o pasajero.
Las incertidumbres están, ahora mismo, vivas e irresolutas: nadie sabe si Vodafone va ser vendida; es imposible asegurar cómo acabará la fusión de Orange y MásMóvil, pero todo apunta a que un nuevo y fortísimo cuarto operador saldrá a la palestra; aun a pesar de que Europa apunta a un cambio regulatorio de calado, éste no llegar en el corto plazo; y, finalmente, el alcance de los movimientos accionarles en Telefónica son difíciles de vaticinar.
La plantilla de Telefónica España no puede permanecer al albur de todas estas incertidumbres. Hay demasiadas cosas en juego y demasiadas variables para apostar por el corto plazo. Nos urge garantizar nuestra seguridad en el empleo, y nuestro desarrollo salarial y profesional, a largo plazo.
Por ello, y vista la realidad de un sector plagado de una insostenible incertidumbre, deberemos acometer la negociación de un III CEV con los objetivos ya explicitados: larga duración, consolidación de nuestra tiple garantía de empleo y afianzamiento de nuestra estructura salarial y del poder adquisitivo. Nos jugamos mucho, y en un contexto de máxima variabilidad, en muchos casos ajena a nuestra acción directa, debemos apostar por la seguridad y por proteger nuestro empleo y nuestras condiciones laborales.