Como hemos dicho en infinidad de ocasiones, la regulación europea de las telecomunicaciones está detrás de la práctica totalidad de los males que sufre nuestro sector. Pero más allá de la frase hecha, se hace necesario describir de dónde venimos y dónde estamos:
- Se ha perpetuado una regulación que prioriza la competitividad mal entendida en vez de la riqueza de las infraestructuras. Mientras en EEUU o China el número de operadores se cuenta con los dedos de una mano, en España tenemos a cientos de OMV parasitando por las redes y a 1.400 proveedores de servicios de Internet que ni generan empleo ni crean riqueza. Esta obsesión por los precios y por fijar cuatro operadores en todos los mercados ha generado una pobreza tecnológica indigna para lo que debería representar la Unión Europea.
- Como consecuencia, Europa continua a la cola mundial en infraestructuras de telecomunicaciones. Superados ampliamente por Asia en penetración de fibra y 5G. Especialmente en este último caso, los prometidos despliegues de última generación siguen sin acometerse, con todo lo que ello implica en términos de consolidación y creación de empleo.
- Nuestro continente ha despreciado la innovación tecnológica hasta límites de no retorno. No hace tanto, casi todos los celebérrimos “campeones digitales” eran europeos, hasta el punto de que exportábamos estándares y tecnología puntera. Nada queda de eso.
- Este paradigma infame ha llevado a las telecos europeas a una insólita e inconcebible debilidad bursátil y financiera. Mientras los reguladores europeos miraban para otro lado, miles de despidos tecnológicos se han producido por doquier en los 27 países de la UE.
- Hasta tal punto se ha llegado que, consultoras como McKinsey han instalado la idea de que las operadoras de telecomunicaciones, tal y como están constituidas ahora mismo, no tienen valor. Sólo son viables si son troceadas y vendidas por partes, lo que ha generado una paranoia especulativa nunca vista, abriendo las puertas al desembarco masivo de fondos de inversión riesgo que sólo desean hacer negocio, sin asumir responsabilidades de soberanía tecnología, ni mucho menos, adoptar garantías de empleo y laborales.
- Buena prueba de ello ha sido el último movimiento en Italia, donde TIM (antigua y todopoderosa Telecom Italia) se ha visto obligada a vender su red fija a razón de un 80% para el fondo KKR y otro 20% adquirido por el gobierno trasalpino. La ingente deuda que soportaba ha obrado uno de los movimientos más significativos de nuestro sector en décadas: una empresa otrora pública, vende su principal activo a un fondo especulativo privado, mientras que el gobierno renacionaliza una parte. Y entre medias, miles de despidos, destruyendo empleo digno y tecnológico.
- Entre tanto, medidas coherentes para ayudar a nuestro sector a afrontar los desafíos de la transformación digital y de la irrupción de la IA como la contribución justa (fair share) se embarran en el entramado de burocracias de Bruselas.
Sin obviar el trabajo de UGT en Europa, ante reguladores, legisladores y patronales, exigiendo un cambio de modelo sectorial, el único camino que tenemos los trabajadores y trabajadoras de Telefónica en España para paliar este desastre regulatorio es el Convenio Colectivo. Sólo a través del instrumento que representa la negociación colectiva podremos protegernos de este nefasto contexto, que además no se reparará en un corto plazo de tiempo.
Las incertidumbres seguirán muy presentes en los próximos años, por lo que debemos empezar a centrar nuestro esfuerzo en la negociación de un Convenio Colectivo de larga duración, que afiance nuestra actual triple garantía de empleo y que blinde nuestra estructura salarial, garantizado así el poder adquisitivo.